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Silencio

"Más vale que no tengas que elegir entre el olvido y la memoria..."

la tierra de un mejor lugar

Hay personas que desaparecen sin más. Lo deciden en alguna oportunidad que se les presenta y enrumban. Yo, quiero desaparecer hoy y aparecer mañana. No suena coherente. Hay ocasiones en la vida en las que debes marcharte. No sé. Cuando incomodas con tu presencia, cuando te echan de algún lugar, cuando no te quieren, cuando ya se hizo tarde, cuando ya se acabó el día, cuando simplemente tienes que dar la vuelta y largarte. Suena extraño pero siempre lo hacemos, siempre nos vamos; siempre vamos a aquel lugar fijo y seguro al que llamamos casa, al que llamamos hogar, o por último, habitación. Creo que yo no las tengo. Creo que tengo un rincón. O tal vez un refugio. Eso. Casa no tengo, ni hogar. Verás que ahora ya no puedo regresar, o sea debo desaparecer. Eso es lo que da pena, partir y no volver; todos los días nos vamos y volvemos, lo triste es alejarse y alejarse y perderse y perderse y no encontrar el camino de vuelta, o en todo caso, ya no querer encontrarlo. ¿Te das cuenta? Todos regresamos cuando vamos a casa. Yo siento que no la tengo. La perdí porque nunca la tuve o quizás desde niño nunca quise tenerla. Y no puedes regresar a aquello que nunca tuviste. Simple. Es rara la sensación de no pertenecer geográficamente a ningún punto, pero es más extraña la sensación de no pertenecer espiritualmente a ningún lado. Terminas sintiéndote un vagabundo, un mendigo, un indigente, casi arañando aquella realidad de no sentirte un ser humano. Y es que termina el día y llegas a un rincón que no te pertenece. Yo lo sé. Y a pesar que quiera a aquel refugio por las pequeñas historias que al final del día allí se convierten en recuerdos, sé que algún día o noche tendré que emigrar a otro espacio igual o peor o mejor, pero con sus perennes u ocasionales vacíos. Y es que no existe la palabra casa. Y es que no existe la palabra hogar. No existe una cueva perenne. No existe una compañía perpetua. Ni un perro. Ni siquiera una sonrisa que otorgue esperanza. Así pasan mis días. Así pasa mi corta estadía. Y sobre todo los domingos. Sí. Por eso los aborrezco, porque son los días más intensos en los que debo recordar, como una maldición o castigo de los dioses, que no soy nada ni nadie, que los adverbios de lugar no existen para mí porque estoy y no estoy. Solo soy pasos que recorren tu ciudad, que la rodean, que ascienden por tu calle pero saben que descienden. En el fondo sé que se desplazan incansablemente porque buscan una razón para detenerse. Buscan una razón para descansar. Buscan un hogar. Buscan la tierra de un mejor lugar.
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