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Silencio

"Más vale que no tengas que elegir entre el olvido y la memoria..."

... tres

Ha pasado por las estrellas de Orión y sus lágrimas han empezado a brotar. Por la falta de gravedad flotan y se elevan lentamente hacia la parte cóncava de la nave. Allí se han ido acumulando formando un techo de cristal. En vano intenta concentrarse y ser racional. Desde hace varias semanas, antes del despegue siente algo extraño en su pecho. Algo que lo presiona muy fuerte y que no lo deja respirar con normalidad. La computadora le advierte anomalías en la cantidad de sangre que bombea su corazón y su sistema nervioso roza los bordes de la desesperación. Siente que podría explotar. Desconecta rápidamente el sistema de voz porque aborrece ser analizado."Quizás ya no tengo aire en la cabina. Pero el panel indica que hay oxígeno suficiente para el viaje. Lo sé, aunque desearía en realidad pensar que se averió. Sería lo mejor, creo. No sé (siempre aquel no sé, para no aceptar de frente que lo sabe todo). Para qué vivir sin Esperanza. No tiene sentido alguno", piensa. Sabe que se contagió en el planeta Pandora de una extraña enfermedad. Sabe que atacó el sistema inmunológico de su corazón y de cada fibra nerviosa de su cuerpo. Sabe que la falta de respiración y la rapidez de su pulso sanguíneo agravan la enfermedad. Recuerda y sabe, aunque a veces duda, que ella también se ha contagiado junto a él. Hace unas semanas, cruzaron la entrada del cráter desierto cerca al mar. Nada podría haber impedido el contagio. Era la condición fatal para rescatar a la Esperanza. Para llegar a ésta debían cruzar por una bóveda muy pequeña. Él se ofreció a entrar, pero ella quiso acompañarlo y él no pudo impedir su terquedad y curiosidad. Apenas encajaron sus cuerpos en el estrecho lugar. Se acercaron tanto que pudieron suspirar con el perfume de sus almas llenas de complicidad. La prueba consistía en inhalar todo el aire de la bóveda sin soltarlo. Éste cargaba el virus mortal. Ahora no solo lo absorverían, también inhalarían los suyos. Si lograban contenerlo por cierto tiempo, la puerta de la siguiente entrada se abriría y con la exhalación de sus alientos resucitarían a la Esperanza, quien yacía en el fondo, enredada entre espinas. Así, aparecen como estrellas fugaces las imágenes por su mente y la computadora las muestra en todos los paneles de la nave. Su rostro. Sus ojos tristes. Sus prisiones. Sus caretas. Pero, sobre todo junto a él, su libertad y su fragilidad. Quería estallar al saber que ella a su lado podía ver 'la luz al otro lado de la luna'. Que con él sabía ceder con tan solo una mirada y una de esas tontas sonrisas. De repente las alarmas de la nave comenzaron a sonar. Advertían problemas en el corazón del piloto espacial. Él no quería escuchar. No quería escuchar. Cerró los ojos fuertemente y dos hilos de lágrimas ascendieron y cruzaron por su cabello. No soportaba imaginar cómo el viaje de su amada iba a terminar. Él reencuentro con su sol. Ese 'calor de invernadero'. Maldijo mil veces y la maldijo a ella porque las leyes de su galaxia le importaban más. Cómo puede sacrificarse así. Debía salvarla. Se tranquilizó. Suspiro. "¿Y quién soy yo? Soy el solitario 'viajero galáctico'. Al menos, sé lo que soy. Júzgame si quieres Dios en el concilio universal. Ante todas las galaxias. Ante todos los planetas. Sabes que soy solo tu creación. Viajo en el cansancio. Esta enfermedad es tu enfermedad. Descanso dos años luz con mis lunas y despego otra vez. Eso soy y ahora ya no tendré miedo al final. Nunca tendré un planeta para amar. Me refugiaré siempre en Penia, la pequeña luna del planeta Pandora. Allí mis días he de acabar. Recogeré mis pasos. Recogeré mi sangre. Recogeré mi vía láctea".

2046: La nave salió de su rumbo y tomó nuevamente la órbita del planeta Pandora. Su objetivo: alunizar en Penia, la pequeña luna que acoge a los desamparados y a quienes no le temen a la soledad.
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