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Silencio

"Más vale que no tengas que elegir entre el olvido y la memoria..."

sábado

Nuevamente vuelvo a ver los paraderos, las pistas auxiliares y los sucios números con ruedas que transportaban nuestras inquietudes y nuestros sueños. Desde la ventana de uno de éstos sigo observando la gris ciudad y su moribunda vida. Me pregunto si estará pensando en mí o pecando en su lecho mientras cruzo su avenida y sigo la mía. Ambas, como una especie de metáfora, forman una cruz que representa el sacrificio de Dios. Ella, en la parte más corta; y yo, en la parte que se extiende hasta la mole del Arcángel Micael. Me percato que otra vez he vuelto a respirar el aire frío y húmedo de la ciudad, y sonrío pensando que es el mismo que contienen sus pulmones justo en este preciso momento. El mismo que acortamos aquellas veces en que unía su fragilidad a mi pecho. Aquel aire que robaba de su propio aliento. Seguramente recordará que me gusta llenar mis pulmones hasta el final. Contener el aire, a pesar que aquí está muy contaminado. Sentir que aún estoy vivo, a pesar que me envenena. Una vez le dije "qué rico es el frío aquí", mientras ella caminaba a mi lado, entumecida y abrigándose con sus brazos. Sonrió mirándome con sus ojos tristes y ojerosos, y agregué "respira profundo, es como un halls". Ella lo hizo y terminó tosiendo. Es extraño, pero siento que el frío aquí es cálido. No sé si es porque ella lo transforma o porque he respirado vientos más fríos. Pienso en las cosas que dejamos de hacer. Ir al cine. Al teatro. Salir a caminar, con zapatillas para que su columna deje de preocuparme, aunque menos que su vientre. Ir 'a cualquier punto de la ciudad'. Hablar de cualquier cosa. Olvidarnos de la existencia. Conversar por conversar. Buscar dos capuccinos más. Leer en silencio sus promesas y confiar en que cada pisada no es en vano. Mentirle y decirle que todo estará bien. Decirle que la felicidad permanente, en este mundo, no existe, y que solo nos queda buscar un poco de tranquilidad. Decirle que la tranquilidad depende de ella y que está bien que no le gusten los riesgos, pero que esa evasión a su realidad es igual otro riesgo, porque el tiempo no es compasivo y las lágrimas igual caen por cuestión de gravedad. Que yo soy un riesgo. Que la vida es un riesgo. Y que según su filosofía, tendrá que apartarme para que pueda continuar.

Aunque no suelo hacer planes, a mi regreso en el séptimo día he planeado contemplar el oceáno por un pedazo de tiempo. Sostenerme en una de esas barandas que flotan sobre Larco Mar. Congelarme los pulmones con el gélido aliento de las oceánides. Sentir mi pelo deslizándose hacia atrás. Mirar a los surfers haciendo el amor con el mar. Formarla de mi costilla. Sostener su palpitar y sus huesos. Besarla y luego caminar. Sólo solo caminar. Me gustaría sentarme en una banca, pero me deprime contemplarme así. Me deprime tener que activar mis impulsos suicidas. Me deprime pensar que almorzaré con un fantasma. Creo que no voy a almorzar. Mejor pasaré, otra vez, a ver los cuadros en el Parque Kennedy. Retratos. Conceptos. Paisajes. Recuerdo que la vez pasada, en el parque, me topé con una campaña acerca del cuidado de los gatos. Gatos caminando en el césped. Gatos atendidos por veterinarios. Gatos en brazos de sus dueños. Artistas pintando gatos. Gatos en blanco y negro. Gatos a color. Gatos impresionistas. Gatos abstractos. Gatos pop art. Gatos. Me acerqué a uno de ellos cerca a un contero y me dijo con voz ronca y mirada penetrante "no te da tristeza tu especie. El amor que no obtienen de sus semejantes tampoco lo pueden expresar ellos mismos, pero lo expresan conmigo y con mi especie. Intenta pedirles algo y sabes lo que te darán. Nada. Pero si yo me acerco, ronroneo y les pongo mi cara de gato, lo tendré todo". Recordé la letra que dice 'antes de que me quieras como se quiere a un gato, me largo con cualquiera que se parezca a ti...' y le dije "es usted muy 'suertudo' mi felino amigo, pero no me gustaría tener su suerte. Mientras tanto me conformo con que usted continúe siendo un gato". Y más allá, el enjambre de gente rodeando el sonido intenso, grave y bajo de una salsa brava. Los abuelos bailando con muy buen compás. El auditorio eufórico. Gozaban y celebraban. Yo quise bailar con una abuela. "¿Se darán cuenta que esto es todo? De todas formas, para eso están y estoy aquí. Para morir con un poco de dignidad".

Hoy, en el séptimo día, no me detendré, solo trataré de avanzar...
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